A lo largo del siglo XIX, la aparición de otras fibras y tejidos hizo que la seda quedara para usos muy particulares. Gracias sobre todo a la demanda de la Iglesia, que en el siglo XIX y hasta bien entrado el siglo XX tenía como preferencia el uso de la seda para sus ornamentos religiosos, y al empleo de la misma en el traje tradicional valenciano, coincidiendo muchas veces el gusto por los mismos diseños, se logró continuar con la tradición.

La utilización de metales nobles como el oro y la plata en las tramas de los tejidos se encontraba muy generalizado a mitad del siglo XIX. Durante esa época, la tejeduría del espolín y los brocateles creció notablemente, multiplicando las variaciones con fondos distintos, policromías diferentes y tramas y bordados con metales.

Los hilos para las tramas se obtenían o bien a través del tirador de oro o bien preparando en la misma fábrica las distintas clases de hilos con las hojuelas de metal y el alma de seda o algodón.

El uso de estos metales nobles exigía un control muy riguroso tanto de la compra de los mismos como de la cantidad de metal empleado en la elaboración de las telas, las cuales se enumeraban y se pesaban controlando al máximo todo su proceso de elaboración, el costo en jornales del oficial tejedor y su precio de coste final.

Este exhaustivo control quedó reflejado en una capa pluvial tejida por la fábrica que se conserva en el Real Colegio del Patriarca de Valencia. El tejido de la pieza corresponde al modelo «Rica».

El uso del oro y la plata en el traje tradicional valenciano no solo añade un aspecto de lujo y belleza, sino que también refleja la importancia cultural y la tradición arraigada en nuestra región. En la actualidad, continuamos luciendo con orgullo estas prendas que han sido transmitidas de generación en generación y que simbolizan la historia y el folclore valenciano.